Era un día de primavera y un joven estudiante de psicología entró en la habitación que Fred Keller tenía en la Universidad.
El joven se había matriculado en la psicología, tras un intento fracasado de dedicarse a la literatura, siguiendo la idea de su amigo Alf Evers de que «la ciencia era el nuevo arte». Estaba convencido de que se podía estudiar científicamente el comportamiento humano, pero la universidad le pareció tierra baldía. Allí, se encontró con un batiburrillo de filosofía barata, psicoanálisis y buenas intenciones. Así que cuando entró en la habitación de Keller estaba decidido a dejar la psicología y pasarse algo científico.
Keller le sentó y le invitó a un café. Hablaron largo y acabó por convencerle de que se podía hacer ciencia dentro del departamento de psicología. Ese día, según contaba él mismo, el joven salió seguro de que «permanecería en la psicología aunque tuviera que hacer que el propio campo se ajustase a sus intereses y modo de investigar». Esta escena que podría darse hoy en día en casi cualquier universidad del mundo, ocurrió en la Universidad de Harvard en 1931 y el joven se llamaba Burrhus Frederic Skinner.
Hoy se cumplen 25 años de la muerte de Skinner y, pese a que es sin duda uno de los psicólogos más importantes de la historia de la psicología, la efeméride ha pasado desapercibida.
Siempre que entro a una librería grande y me acerco a la sección de psicología comparo, siquiera mentalmente, la cantidad de libros dedicada a Freud o Jung con la cantidad de libros de Skinner. Es un indicador sencillo de como los particulares mecanismos colectivos de la memoria y desmemoria históricas actúan también en nuestra disciplina.
Que Skinner ha sido una persona controvertida es una obviedad. En 1971, Sennett lo bautizó como el ‘hombre que amas odiar’; Herrnstein, en 1968, decía en una entrevista para The New York Times Magazine que mientras «Watson cambió la psicología desde el estudio de la mente al estudio del comportamiento, Skinner la convirtió en una ciencia». Ambas cosas – con un mayor o menor énfasis – son ciertas y, sin embargo, hoy queda más de la primera que la última.
Es una verdad triste para aquellos a los que amamos la psicología independientemente de la trinchera en que nos encontremos. No debemos olvidar que la mejor autobiografía intelectual de Skinner es la última línea de Sobre el Conductismo. Una vida dedicada a usar la ciencia para que «el hombre pueda controlar su propio destino». Un objetivo que más de 80 años después de aquel día de primavera en Harvard, sigue siendo tan actual como entonces.
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La Psicología debe mucho a este hombre. Mucho.
Creo que las razones principales que han llevado a renegar de Skinner por parte de una buena parte de los psicólogos es sobre todo el desconocimiento y la ignorancia de sus planteamientos. Al menos eso es lo que me dice a mi la experiencia.
Gracias por recordar al mundo que este tío era grande.