Los cambios sociales y económicos acontecidos en los últimos años han generado una situación política novedosa en nuestro país: la coexistencia de muchas y variadas formaciones políticas. Con la llegada de las elecciones todas ellas se esfuerzan en transmitir quiénes son o qué proponen. La forma en que lo llevan a cabo y el modo en que nos comunican sus ideas y mensajes políticos tiene importantes repercusiones sobre la percepción que las personas nos hacemos de ellas. La idea de esta entrada es reflexionar, primero, sobre las etiquetas (o categorías sociales) con las que los partidos se identifican y quieren que nosotros los identifiquemos; y, segundo, sobre si estas etiquetas son permanentes o cambiantes.
Comienzo con la idea fundamental que reiteradamente nos han sugerido tanto medios de comunicación como partidos políticos: tenemos una nueva categorización de formaciones políticas. Si antes podíamos hablar de partidos de derechas y de izquierdas –aunque se continúe utilizando esta categorización–, ahora tenemos partidos nuevos y antiguos. Por interpretarlo de alguna manera, partidos “realmente-progresistas” –ya sean de derechas, de centro o de izquierdas– y partidos que “no-son-realmente-progresistas”. Sin entrar en más detalles, pero con ánimo de especificar algo lo anterior, me referiré a partidos “realmente-progresistas” como aquellos que han sacado al debate social propuestas políticas sustantivamente diferentes a las de los partidos que “no-son-realmente-progresistas”. Entre los primeros, y por no hacer una enumeración exhaustiva, se suele citar a Ciudadanos y Podemos, y entre los últimos a PP y PSOE.
Sin embargo, cabría preguntarse si los mencionados partidos políticos son tan distintos como para justificar esta nueva categorización –etiquetas– o, si por el contrario, solo están resaltando esas diferencias como estrategia electoral. Para responder a esta pregunta voy a recurrir a la Teoría de la Categorización del Yo (Turner, 1982; Turner y cols., 1987) y la Teoría de la Identidad Social (Tajfel, 1982). Ambas han sido ampliamente estudiadas en Psicología Social, existiendo cierto consenso entre académicos e investigadores (Moya y Rodríguez-Bailón, 2011). El supuesto de partida de estas teorías consiste en afirmar que la realidad es demasiado complicada para los seres humanos y, por ello, necesitamos economizarla. Como decía Ortega (1930), la base de la economía está en el principio de escasez. Si hubiera abundancia de recursos no habría razón para la economía, entendida como la optimización de unos recursos limitados. Pues bien, la capacidad del ser humano para interpretar la compleja realidad es limitada, por lo tanto, necesitamos optimizar nuestras capacidades para entenderla lo mejor posible. Este ejercicio de optimización se puede llamar economía cognitiva y, según Tajfel y Turner, lo realizamos a través de procesos de categorización.
Cada persona intenta explicar su identidad social en base a las categorías sociales a las que cree que pertenece. Evidentemente, cada uno de nosotros nos identificamos en varias categorías sociales: marido, bailarín, cinéfila, rockera, estudiante, etc… Las categorías sociales no sólo nos sirven para situarnos a nosotros mismos, sino que también nos ayudan a hacer lo propio con el resto de la gente. La categorización es muy útil ya que nos facilita la identificación de una persona dentro de una categoría social, por ejemplo, con tan solo unas pocas palabras en la cafetería sobre la actuación del alcalde de nuestra ciudad uno puede intuir el color político de su interlocutor. Aún más, estaremos imaginando a esa persona abogar por unos valores y no por otros, escuchar un tipo de música u otro, vestir unas determinadas marcas y no otras, o llevar un estilo de vida concreto. Dependiendo de cuál sea nuestro color político consideraremos a ese interlocutor como uno de los nuestros (es decir, que pertenece a nuestro grupo, el endogrupo) o como uno de los otros, o de ellos (o sea, que pertenece a otro grupo que no es el nuestro, el exogrupo). Sin embargo, esta clasificación del interlocutor como uno de los nuestros o de ellos puede cambiar si el tema de conversación da un giro profundo. Es posible que de la política local pasemos a la literatura, nos enteremos de que le gusta Tolstoi y, entonces, lo consideremos de nuestro grupo (aficionado a leer vs. no aficionado).
Como habréis notado, la categorización tanto del yo como de los demás es relativa, flexible y sensible al contexto (al tema de conversación). Ahora volvamos al tema del título de la entrada. El contexto político que se nos ha presentado hasta las elecciones ha sido el siguiente: los partidos nuevos han dicho las cosas que se esperaba que dijeran (somos el cambio, la regeneración); los partidos antiguos han dicho las cosas esperables por este tipo de partidos (somos la experiencia, la estabilidad). Además, como resulta obvio, lo que han dicho los dos tipos de partidos es bastante diferente. Por el efecto de los mecanismos de ajuste comparativo y normativo (Oakes, Turner y Haslam, 1991) esta situación incrementa la probabilidad de que las personas los clasifiquemos en función de la categoría anteriormente mencionada (partidos nuevos vs. antiguos). En otras palabras: los elementos utilizados por los partidos políticos para categorizarse y categorizar al resto de partidos han seguido una línea en concreto, aquella que magnificaba las diferencias entre partidos nuevos y antiguos. Por ejemplo, el PP ha dicho de sí mismo que es el partido de la recuperación económica (Rajoy: gobernar significa crecer y crear empleo”), la estabilidad (Rajoy: “hay que apostar por los valores seguros”), la experiencia (“Rajoy: no somos producto de las tertulias y TV”) y el de la eficacia (Rajoy: “somos el partido en el que la gente confía en los momentos difíciles”); por otro lado, en Ciudadanos se han defendido como el partido de la regeneración (Rivera: «no puede ser que quienes llevan 35 años en la política no piensan entonar el mea culpa y dejar sitio a los jóvenes de su partido»), del compromiso con la sociedad (Rivera: “marcadamente progresista, liberal progresista y con un gran compromiso social”) y la sensatez política (Rivera: “llevaré a España al cambio sensato para que el país funcione”) .
Después de las elecciones, coincidiremos en apreciar que el contexto político ha cambiado, y con ello, es muy posible que también cambie aquel tema de conversación que empezó en la cafetería. Muy probablemente, si no está pasando ya, los partidos políticos optarán por modificar los elementos utilizados hasta ese momento para clasificarse entre ellos. Si sucede así, es posible que aquellos partidos que antes se identificaban mutuamente como exogrupo (PP y PSOE frente a C´s y Podemos) puedan ser percibidos como endogrupo (quizá PSOE y Podemos se identifiquen como partidos de izquierdas frente a los de derechas, y justifiquen así pactos para gobernar, olvidando aquellos elementos que le sirvieron para diferenciarse antes de las elecciones).
Como he indicado antes, la identificación social del yo y de los demás depende del contexto. Nos identificamos dentro de los grupos sociales (el nuestro frente a otros) en función de unas determinadas categorías (etiquetas) socialmente construidas, que cuando cambian (en ocasiones por los políticos), transforman nuestra percepción sobre dichos grupos. La forma en que nos vemos a nosotros y a los otros puede cambiar de hoy a mañana; el que hoy no es nuestro amigo, mañana puede serlo.
Yo no sé dónde está la frontera entre la «economía cognitiva» y la simple «pereza mental». Parece que esa categorización y etiquetaje simplón obedece símplemente a la ley de mínimo esfuerzo. De ahí que siempre se trate de reducir todo a blanco o negro, arriba o abajo, izquierda o derecha.
En política distinguir entre izquierda y derecha hace décadas que no tiene sentido. Es mucho más definitorio es test de Nolan, que establece dos ejes: libertad económica y libertad individual, pero ya implica, como mínimo, el doble de esfuerzo. Aparte del esfuerzo adicional de replantearse prejuicios basados en etiquetas previas y sencillas a primera vista. Por ejemplo: entender que nazismo y comunismo son esencialmente lo mismo, y que las diferencias son apenas cosméticas.
Esta nueva categoría de «antiguo» y «nuevo» es otra simplificación grosera que además demuestra el adanismo imperante. Hay partidos que van de «nuevos» con ideas del siglo XIX y métodos revolucionarios de principios del XX. Se aprovechan de la ignorancia y la pereza mental de una parte del electorado para poder aparentar «novedad».
Lo peor es que al final la gente tiende a juntarse con otra gente en la que coincide al máximo. En grupos de amigos es lo normal compartir aficiones, visión política, gustos políticos… lo cual puede ser útil para evitar conflictos. Pero en internet vemos que se repite el mismo modelo. Si en redes sociales, blogs, etc. sólo sigues, y ees seguido, por gente afín lo que se reciben todo el rato son confirmaciones de los propios prejuicios, reforzándolos, y reduciendo más aún el esfuerzo por analizar mejor las cosas. Y facilita la creación de «bloques».
Teniendo en cuenta que la mayoría de gente tiene las necesidades cubiertas, que realmente el esfuerzo intelectual necesario para tratar de entender otras perspectivas no distrae recursos de otras tareas más necesarias para la supervivencia, creo que lo que impera es la pereza mental.
Buenas tardes,
Lo importante, a mi juicio, es la capacidad que han tenido estos dos partidos (Ciudadanos y Podemos) para introducir una nueva categoría. No es una tercera vía, sino de una nueva realidad a partir de la cual se crean nuevas etiquetas. Me recuerda a la introducción en el mercado de un nuevo producto (tablet, por ejemplo). A partir de este nuevo producto, tendremos nuevas etiquetas. El verdadero éxito, ha sido el comunicativo/estratégico/marketiniano.
Sería interesante analizar cómo se construyen esas nuevas realidades en un mercado tan reducido como el político (a pesar de la proliferación de siglas).
Muchas gracias