Por qué ni Pablo Iglesias ni Albert Rivera son la solución a la crisis política española

Empecemos por lo obvio: Yo no sé nada ni de política, ni de economía, ni de sociología. No entiendo demasiado bien la estructura institucional de la Unión Europea, no sabría traducir con precisión «zero lower bound», ni podría decir de memoria cinco sistemas electorales distintos. Tampoco sé absolutamente nada de la elasticidad del mercado de trabajo, de si el Madrid debería comprar a Chicharito ni, si me apuran, de por qué la Tierra gira alrededor del Sol. Y, por supuesto, no tengo ni repajolera idea de si alguno de nuestros nuevos y novísimos políticos son o serán la solución a la crisis integral española. Pero como se podrían esperar, la cuestión de hoy no es si Podemos o Ciudadanos salvarán el país. La cuestión de hoy es por qué llegamos a creer ese tipo de cosas. Y, como psicólogo, algo puedo contar sobre formación y mantenimiento de creencias.

Pero antes déjenme dar un pequeño rodeo. Veintitantos de abril de 2014. A Karine Valnais Gombeau, una parisina de 42 años que estaba visitando Nueva York con su marido y su hijo, le sobró algo de pizza del almuerzo. Cuando iba a tirarla, vio a un vagabundo registrando un cubo de basura y se decidió a dársela. “Lo siento, la pizza está fría” le dijo al vagabundo en francés y este, algo sorprendido, le respondió «Muchas gracias. Que Dios la bendiga». Hecha la buena acción del día, Karine Gombeau se volvió a París convencida de que aquel pobre vagabundo tendría, gracias a ella, su primera comida decente en semanas.

Jones y Harris se dieron cuenta de que los participantes tendían a creer que las personas pensaban sinceramente lo que decían con independencia de que esas fueran sus opiniones reales.

Días después, se enteró de que no había dado la comida a un vagabundo, sino a Richard Gere, el actor, que estaba rodando una película en Nueva York. Como esta hay decenas de anécdotas y situaciones: hace unos años el malo malísimo de la telenovela israelí de referencia confesaba que había sido asaltado en más de una ocasión por fans que lo confundían con su personaje.

Este fenómeno es más común de lo que parece y, por supuesto, no se limita a los actores.

El Error Fundamental de Atribución

En uno de los experimentos más conocidos de la psicología, Jones y Harris (1967) pidieron a un grupo de personas que estimaran la actitud verdadera de otras personas tras haber leído o escuchado las opiniones de estas sobre un tema controvertido. Es decir, les daban a leer (o a escuchar) un texto y, acto seguido, les preguntaban si pensaban que la persona que lo escribió pensaba realmente lo que había escrito.

Jones y Harris se dieron cuenta de que los participantes tendían a creer que las personas pensaban sinceramente lo que decían con independencia de que esas fueran sus opiniones reales. Esto resultaba curioso en un experimento en el que se les pedía a los participantes explícitamente que estimaran la ‘actitud real’ de los que escribían; o sea, que pese a que las mismas instrucciones experimentales dejaban claro que podía haber actitudes fingidas y actitudes reales, los participantes pensaban que la mayoría eran reales.

Como se suele decir (Jones, 1990, p. 138), este es “uno de los descubrimientos más robustos y estables de la psicología social”. Y es tan fundamental que los psicólogos lo llamamos así, Error Fundamental de Atribución (Ross, 1977). El Error Fundamental de Atribución (aka EFA) nos dice que tendemos a pensar que la conducta de otras personas está provocada por factores internos (‘disposicionales’) como la personalidad, más que por factores externos (‘situacionales’) del momento en que esa conducta ocurre. Es decir, que las personas tendemos a minusvalorar sistemáticamente el contexto y a adjudicar la causa de la conducta a cómo es “en realidad” la persona.

Seguro que en algún momento os habréis dado cuenta de que los conductores suelen condenar las infracciones o imprudencias de otros porque ‘no saben conducir’, mientras que disculpan las propias porque ‘no podía hacer otra cosa’. Eso es un EFA de manual

Y así en interminables situaciones: Si la camarera me sonríe en la cafetería es porque es simpática (y, quién sabe, igual porque le gusto), no porque su jefe le haya ordenado que sonría. Si un superviviente del terremoto de Nepal dice que el gobierno ese país «ha tratato como perros» a los españoles por detalles que, vistos desde fuera, parecen muy menores, pensamos bastante mal de él, no se nos ocurre que tal está hablando más desde el estado de shock que desde su forma de ser habitual. Si nuestros políticos roban, extorsionan o trafican con influencias es porque son malas personas, no porque el sistema de incentivos o las circunstancias institucionales tengan nada que ver.

Si ella dice algo que me gusta, ella es buena; si él hace algo que no me gusta, él es lo peor. Especialmente con gente a quien conocemos poco, tendemos a atribuir todo el origen de la conducta de las personas a algo estable, a cómo son. Pero la verdad es, más bien, que toda conducta está enraizada, simplificando, esa suma de cómo somos (un yo estable en el tiempo), cómo estamos (mi yo de ahora mismo) y la situación en la que nos encotramos.

¿Qué tiene que ver el EFA con la política?

Así, el EFA, usado como atajo mental, nos da las claves para enteder muchas de las cosas que podemos ver en el día a día. También en la política. Y, por supuesto, también para entender con más claridad la extraña idea de que determinada persona o grupo político va a solucionar todo.

Como decía Gonzalo Rivero hace unos días, «el voto ideológico está en la base del modelo representativo —me atrevería a decir que de cualquier mecanismo democrático– . Al fin y al cabo, al votar ideológicamente estamos otorgando apoyo a quien creemos que se comportará en el gobierno del modo más parecido a como lo haríamos nosotros mismos». Esa creencia, heurístico o sesgo (y, con él, los mecanimos democráticos) debe más de lo que nos pensamos al Error Fundamental de Atribución.

Del mismo modo, también actúa bajo los principios teóricos de la conceptualización de “populismo” de Laclau (2005) que tan de moda se ha puesto gracias al grupo impulsor de Podemos. La estrategia de crear una dialéctica ellos-indecentes-malos-casta frente a nosotros-gentenormal-buenos-pueblo está atravesada de abajo hacia arriba por el EFA. Además, todo hay que decirlo, es una lectura (la de Laclau) muy interesante del populismo en clave de estrategia política.

Parémonos un segundo a pensarlo: Tenemos casos de corrupción por toda España (sean muchos o pocos en comparación con otros países). Tenemos metros y metros de obra pública inútil en miles de localidades. Tenemos presupuestos públicos que pasarán a la historia de la literatura como odas al despilfarro más zafio y desvergonzado.

politicos

Serie histórica de opinión sobre problemas principales en España, evolución de la percepción de dos de las preguntas relacionadas con política y corrupción. Código del script.

Y, pese a la extensión de estos fenómenos, nuestra interpretación normal es que hubo políticos concretos y partidos políticos concretos que fueron corruptos y despilfarradores. Hacemos una atribución en clave interna, tendemos a obviar la opción de que sea el sistema político el que incentive o desincentive este tipo de comportamientos. Y, claro, si la clave es interna, tendrá que ser un nuevo Mesías el que nos salve, aunque no haya ninguna razón para pensar que eso sea una solución.

Hacemos una atribución en clave interna, tendemos a obviar la opción de que sea el sistema político el que incentive o desincentive este tipo de comportamientos.

Pero entonces ¿esto es bueno o es malo?

¿Tiene, pues, este fenómeno un impacto positivo o negativo en la democracia? Yo tiendo a pensar –y sé que esto es muy polémico– que todo prejuicio, sesgo o error es, de entrada, positivo en la medida que resuelve problemas conductuales que, de otra forma, serían un verdadero quebradero de cabeza. Tendemos a creer cosas que nos son útiles en el día a día y, aunque esas creencias a veces sea erróneas, nos permiten vivir nuestra vida tal y como lo hacemos. Los sesgos, los prejuicios y los errores son funcionales (responden a una situación y unas necesidades concretas), aunque eso no quiere decir (¡ni mucho menos!) que sean inocuos.

Estos mismos sesgos que nos ayudan pueden usarse (y se usan, de hecho) en contra nuestra. Para andarnos sin paños calientes, aunque necesitamos «conocer a nuestros políticos» para votarlos con fundamento, lo cierto es que no podemos saber cómo son por lo que vemos en la tele o por lo que leemos en los periódicos. No, no podemos saber si Iglesias es no-sé-qué-cosa viendo una entrevista o si Rajoy es tal-y-cual escuchando un plasma. Ellos lo saben y, por ello, lo usan sistemáticamente a su favor con la intención de influir en lo que pensamos sobre ellos. Y la verdad es que normalmente lo consiguen: En las primeras elecciones de Felipe González, le pusieron canas para parecer más mayor y que creyéramos que tenía más experiencia; Gallardón, con sus declaraciones, trataba de dar la impresión de ser un verso suelto y encarnar el alma progresista del Partido Popular.

Por eso, más interesante que lo que no podemos saber es lo que sí podemos saber; esto es, cómo quieren que creamos que son. Ese es el corazón de la alcachofa. Está claro que el mito del votante racional, hiperinformado y políticamente al día es eso, un mito. No obstante, creemos que al estar atentos a los sesgos que nos predisponen, en un sentido u en otro, estaremos en mejores condiciones para evitar que nos manipulen. Y visto como está el patio, no es poco.

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6 thoughts on “Por qué ni Pablo Iglesias ni Albert Rivera son la solución a la crisis política española

  1. Estimado Javier

    Lo que, en mi opinión, busca el ciudadano que introducirá su voto en una urna es un conciudadano que le represente para ayudarle en la fascinante tarea vital de aproximarse a la felicidad, en el sentido expresado aquí.

    Ese representante es, naturalmente, el político. Y el ciudadano confía, en mayor o menor grado, en que ese político trabajará para hacer una digna y honesta labor, independientemente de que las situaciones sean proclives a que, por ejemplo, meta la mano en la hucha para lucrarse personalmente (o favorecer a los suyos).

    Precisamente lo que la ‘gente de bien’ espera es que su representante sea inmune a esas tentaciones del contexto. Incluso espera que trabaje para eliminar activamente esas variables del contexto que facilitan desviarse del ‘recto camino’.

    Tienes razón en que “no podemos saber cómo son por lo que vemos en la tele o por lo que leemos en los periódicos”, pero hacemos nuestras conjeturas a partir de esa información porque es inevitable. Nuestro cerebro parece estar preparado para ello y existen razones evolucionistas que avalan esta perspectiva.

    Mike Gazzaniga lo explica estupendamente en ‘El cerebro social’.

    En suma, claro que buscamos un mesías porque la historia demuestra que existen. El factor humano es el que el logra cambiar la historia. Ya lo expresó con claridad Matt Ridley: estamos genéticamente equipados con la tendencia a resistirnos a la autoridad, con la tendencia a preservar nuestro carácter innato frente a los dictadores, los profesores o las campañas del gobierno.

    Amén.

    Saludos, Roberto

  2. Gran artículo, gracias. Por fin puedo poner nombre a esa idea que circundaba mi mente siempre que alguien juzgaba a otro en su integridad por un simple acto. He podido comprender que esa necesidad, quizá autoimpuesta, de ser justa y comprensiva con todo el mundo me hace ser disfuncional.

    Por otro lado, a Albert Rivera le he oído expresar esta misma idea que tú compartes aquí. Más o menos lo que venía a decir es que era consciente de que cualquiera puede corromperse, incluso dentro de su propio partido, que la estructura del gobierno de algún modo lo facilita, refiriéndose también a la impunidad existente. Contra esto proponía medidas que desde los partidos tradicionales nunca se han atrevido a plantear (no creo necesario detallarlas aquí). Para mí, Albert Rivera va más allá que los políticos a los que estamos acostumbrados, por mucho discurso que se le note estudiado al milímetro. Además es un gran orador, algo que no se puede decir de Pablo Iglesias, ni de ningún otro, ahora mismo.

    Saludos.

  3. Pingback: GID por dentro

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