A principios de la semana, el Estado Islámico publicaba el vídeo del asesinato de Moaz al Kasasbeh, un piloto jordano de 26 años que había sido quemado vivo el 3 de enero tras menos de dos semanas de cautiverio.
Parte del debate público mundial se centró en una recurrente cuestión periodística: ¿Hay o no hay que publicar el vídeo y hacerlo accesible a la opinión pública? Por ejemplo, en Estados Unidos, mientras en Vox decía que no había que verlo, Fox News lo publicaba en portada. ¿Quién hizo bien?
Aquí, periódicos como El Español se preguntaban por la cuestión y Pablo Rodriguez, corresponsal de El Mundo en Bruselas, resumía muy bien el debate en un solo tweet:
Parte del debate público es, de nuevo,sobre si difundir las imágenes o no. Ellos quieren la publicidad, sí. Yo quiero que se sepa lo que son
— Pablo Rodríguez (@Suanzes) febrero 3, 2015
Así que, fieles a los objetivos del blog, nos hemos preguntado qué puede aportar la psicología a esta cuestión. Dos son los elementos básicos que puede aportar: las imágenes violentas pueden estimular conductas violentas y, además, influyen en nuestras intuiciones y valores morales.
Un número cada vez mayor de estudios sugieren que la exposición a violencia (física o de otro tipo) a través de los medios de comunicación (Coyne y otros, 2011), de internet (Qian y Zhang, 2014) o videojuegos (Engelhardt y otros, 2011) puede afectar de diversas formas a la participación posterior en actos violentos. Claro que existe muchas variables que intervienen en el proceso y que hacen que fundamentalmente el efecto se note entre personas que ya tenían patrones de comportamiento agresivo (Rowell Huesmann, 1986).
Es cierto que hay diferencias entre violencia justificada y no justificada: las personas agraviadas que son expuestas a vídeos con violencia justificada tienen a responder más violentamente que aquellos que ha sido expuestos a vídeos con violencia injustificada (Meyer, 1972).
Por lo que sabemos la infancia y la adolescencia es un periodo crítico en el desarrollo de esos patrones (Rowell Huesmann, 1986) y que una exposición elevada en esas edades está relacionada con rasgos antisociales y agresivos (Robertson, McAnally y Hancox, 2013).
Por esta línea, podemos decir que la exposición a la violencia no nos hace mejores, sino al contrario: puede tener efectos en algunos procesos biológicos básicos (Shalev y otros, 2013); puede desensibilizar hacia esa misma violencia (Engelhardt y otros, 2011), haciendo que esta nos produzca un menor rechazo y tendamos en mayor medida a la agresividad; y reduce nuestra empatía (Guo y otros, 2013). Eso sí, hay que señalar una parte de la investigación se centra en los efectos en niños y adolescentes, no evalúa efectos a largo plazo o considera exposición repetida a violencia. Ninguno de estos casos se daría en la visión un única vez por un adulto del vídeo.
Por el otro lado, algunos estudios indican que las reacciones afectivas (como las generadas por vídeos de este tipo) afectan a nuestras intuiciones morales y, a través de ellas, a nuestras inferencias y decisiones morales que se basan en ellas (Hofmann y Baumert, 2010). Es decir, ante este tipo de documentos podemos creer que ciertas cosas son más éticas de lo que nos lo parecerían en circunstancias normales.
Los valores morales, a pesar de lo que solemos creer, tienen un papel muy importante en el desarrollo y mantenimiento de una vida psicológicamente saludable. Kesebir y Pyszczynski (2011) han estudiado cinco de esas intuiciones morales (cuidados, reciprocidad, lealtad, respeto y honradez) y han descubierto que están asociadas a la ansiedad existencial y la violencia intergrupal. Todo parece indicar que las preocupaciones morales y las existenciales se combinan en bucles de retroalimentación, lo que nos da una clave explicativa de muchos conflictos de la vida real y nos pone sobre la pista de las consecuencias de exponer a la opinión pública a según qué contenidos.
Igualmente, este tipo de vídeos pueden contribuir a consolidar la división entre un ‘nosotros’ y un ‘ellos’, habitual en nuestra categorización social. El problema al marcar esa línea, y sabiendo que aceptamos en mayor medida el desprecio y la violencia en contra quienes marcamos como ‘ellos’, es que podemos dejar fuera no sólo a los miembros del Estado Islámico, sino a todos los musulmanes. Este tipo de vídeos pueden contribuir a cimentar los estereotipos negativos hacia los musulmanes, quienes son las principales víctimas de este grupo extremadamente violento.
Entonces, ¿deben los medios publicar este tipo de vídeos o no? Salvo en el tema de la infancia, donde sí parece razonable una regulación especial, no hay respuesta clara. Qué publicar, cómo y cuándo hacerlo son tareas propias del peridiodismo. Así, nuestra intención es aportar los datos, pero la decisión debe ser de cada medio, de su línea editorial y de la dialéctica entre los instrumentos y los objetivos que se persigan. Como escribió el profesor José César Perales, colaborador de la casa, «no deberíamos utilizar la Psicología para apuntalar la ideología que uno ya trae puesta». Ni siquiera en este caso.
Un especial agradecimiento a Jaume Rosselló-Mir por ayudarnos a elaborar la bibliografía sin la que este artículo no hubiera sido posible.
2 thoughts on “¿Mostrar vídeos violentos? El caso de Moaz al Kasasbeh”