Lo que la conducta autolesiva esconde

Cuando una muerte por suicidio ocurre cerca de nosotros, suele acompañarla el velo de silencio, los murmullos o las frases ambiguas. Esa respuesta ante el suicidio es diferente a la que acompaña a otras muertes. En el año 2013, el suicidio fue la principal causa externa de muerte (accidentes, homicidios…) en España, con 8,3 fallecidos por cada 100.000 personas (12,7 en los hombres y 4,1 en las mujeres).

Si el suicidio está cargado de tabúes y barreras, todavía más difícil se nos hace hablar de las conductas autolesivas intencionales, conductas que buscan causarnos daño sin intención de muerte. Nos referimos a conductas que pueden ir desde levantarse las costras de una herida a propósito hasta lanzarse ácido sobre la piel, pasando por frotarse con papel de lija, clavarse agujas o cortarse a propósito (Latimer, Covic y Tennant, 2012). Algunos estudios sitúan la prevalencia de un posible trastorno de autolesiones no suicidas en torno al 7% en adolescentes de entre 15 y 17 años (Zetterqvist et al., 2013). Estas conductas son  ligeramente más frecuentes en mujeres que en hombres (Bresin y Schoenleber, 2015), lo cual ya apunta a que no estamos hablando de ‘las hermanas menores’ del suicidio, puesto que el matarse es más común en hombres.

La teoría interpersonal del suicidio plantea que este se deriva de dos elementos clave: la sensación de aislamiento social y la convicción de resultar una carga

La diferencia fundamental entre los intentos de suicidio y las conductas autolesivas estaría en que las primeras poseen una clara intención de encontrar la muerte, mientras que las segundas no (McKeon, 2009). La teoría interpersonal del suicidio plantea que este se deriva de dos elementos clave: la sensación de aislamiento social y la convicción de resultar una carga (Van Orden et al., 2012). Pero, si la conducta suicida busca la muerte, el dejar de ser una carga para un entorno con el que no conectamos –que no el sufrimiento, como refleja el que se suelan buscar modos rápidos y no dolorosos–, ¿qué buscan esas conductas autolesivas como, p.ej., golpearse, cortarse o indigestarse? ¿Buscan, tal vez, castigarse, marcar un hecho, o incluso reducir un dolor?

Nock y Prinstein (2004) propusieron que las conductas autolesivas no suicidas conseguían beneficios bien a un nivel intrapersonal (p.ej., reduciendo estrés agudo) o bien a un nivel interpersonal (p.ej., recibiendo apoyos de otras personas y evitando demandas sociales). La relevancia del factor interpersonal es cuestionable, dado que gran parte de estas conductas son privadas, desconocidas por el entorno de quien las realiza. Este sistema de refuerzo se entiende que sería automático, aunque en la revisión que realiza Klonsky (2007) las pruebas sobre lo automático del refuerzo son mucho mayores para el refuerzo negativo, especialmente el de naturaleza personal.

autolesionEn concreto se entiende de manera unánime que las conductas autolesivas no suicidas vienen precedidas por un intenso y agudo afecto negativo y que la conducta lesiva disminuye ese afecto negativo, disminución que se convierte en reforzador de manera automática. Es decir, lesionarse disminuye temporalmente el malestar. Pensemos en una persona que está sufriendo emocionalmente y que opta por pellizcarse. El pellizco va a suponer una importante ‘distracción emocional’ cuando empieza, bloqueando otras fuentes de malestar. El fin del pellizco va a ser una fuente de alivio (Franklin et al., 2013). Luego, como estrategia de regulación emocional, ese pellizco quita sufrimiento y aporta satisfacción momentánea. Es una estrategia que resulta reforzada, especialmente cuando otras no funcionan.
Como estrategia de regulación emocional, ese pellizco quita sufrimiento y aporta satisfacción momentánea

Puede resultar más fácil entender esto si, por ejemplo, se recuerda a un niño morderse en situaciones de tensión o si recordamos las imágenes de las fans de ídolos musicales arañándose o estirando su cara ante la llegada de su estrella particular. Si profundizamos en la cuestión encontramos, incluso, en una reciente investigación (Davis et al., 2014) para que las conductas autolesivas no suicidas puedan ser una opción de regulación emocional, sólo sería necesario que cuando la emoción se dé, otras estrategias de regulación (como por ejemplo la reevaluación), fracasen.

Así, visto que las autolesiones pueden entenderse, al menos parcialmente, como una forma problemática de regulación emocional, no sorprenderá que se den en mayor medida en personas con trastorno emocional, como depresión, estrés post-traumático o trastorno obsesivo-compulsivo (Bentley, Cassiello-Robbins, Vittoro, Sauer-Zavala y Barlow, 2015). Esta malestar a canalizar sería el combustible gracias al cual arden las conductas autolesivas.

Seguramente sea más útil entender estas conductas a partir de su función reguladora que no desde etiquetas diagnósticas como la del Trastorno Límite de la Personalidad o el Trastorno Bipolar. Tal vez, incluso, estas conductas son un ejemplo más y un ejemplo mejor de lo beneficioso de aproximarse a la psicopatología desde un continuo de conductas y procesos cognitivos y no prioritariamente desde categorías descriptivas sesgadas. Esa aproximación seguro que es más útil para abordar las conductas que, como McKeon señalaba, están entre las que tienen una intención suicida y las que no buscan la muerte, las conductas ambiguas en las que la persona solo busca desconectar de una situación altamente dolorosa o emocional. Tal vez también, entender ese continuo de conducta como una forma de regulación extremadamente desadaptativa, ayude también a eliminar el aparente tabú que se alza frente al suicidio o estos compartamientos.