En una cena hace algunos años, mi director de tesis, de quien aprendí mucho y me enseñó casi todo lo que sé sobre psicología y comportamiento humano, , me preguntó:
— Juan, ¿has visto cómo detrás de cada conducta hay siempre una creencia?, ¿has visto hasta dónde puede llegar una creencia?. Una creencia puede hacer que inventes algo genial y también que te quites la vida.
Cuándo empieza todo
Ya en 1932 Bartlett, a través de sus experimentos y habiendo escarmentado de los errores de su predecesor Ebbinghaus (1850-1909), mostró que es difícil desligar a los humanos de su conocimiento previo, tanto para experimentar con ellos, como para hacerse una idea de cómo funcionan. Y así es, amigos, los humanos funcionamos con esquemas. Pero, ¿qué es un esquema?
Bartlett llamó la atención sobre el hecho de que el conocimiento previo es la parte más relevante de los procesos de aprendizaje en el ser humano. En sus propias palabras, “ni siquiera utilizando sílabas sin sentido se elimina el efecto del aprendizaje previo”. Criticó por tanto el trabajo de Ebbinghaus, por limitarse demasiado al estímulo, por no tener en cuenta las actitudes y el conocimiento previo de la persona.
Me gusta Bartlett porque seleccionó precisamente el material que Ebbinghaus había rechazado: historias, pasajes y dibujos. Comprendió que también el material con significado podía estudiarse en el contexto del laboratorio. Diseñó una serie de experimentos inspirándose en el medio natural –el punto de vista de cada uno y su conocimiento previo– utilizando el método de reproducción serial con un mismo sujeto. En este método, se le pide al individuo que cuente sucesivas veces la misma historia y se observa que la historia va cambiando hasta que se estabiliza. El material que utilizaba eran historias de culturas lejanas, que resultaban exóticas para los participantes. Comprobó algo maravilloso: las personas introducimos cambios en las historias, hasta que ésta adquiere una forma estable tras la repetición –algo que hoy tienen muy en cuenta los expertos en forense y memoria de testigos, así como en la práctica clínica. Comprobó, incluso, que las omisiones de las historias coincidían con aspectos que no eran fácilmente identificables por el conocimiento previo de los sujetos. Las personas recordamos aspectos que no son reales, pero que hacen más coherente la historia, y esto es, en mi opinión, algo que nos hace graciosos y enormemente entrañables. Pequeños errantes con un cerebro que sale al paso y hace lo que puede, pero que se equivoca y tan solo rellena huecos.
Aquello demostraba que esos paquetes de información previa –los esquemas previos–, no se aplican de forma idéntica tras la repetición, sino que son activos y modificables en función de la experiencia de cada individuo. Aportó ejemplos donde la memoria es una actividad y que tales esquemas eran estructuras de conocimiento que guiaban nuestras operaciones mentales. Bartlett publica su principal trabajo en 1932, pero como a tantos inteligentes les ha pasado, no recibe reconocimiento hasta años más tarde. Durante un tiempo fue uno más de esos genios incomprendidos desechados por la tendencia central. Sus planteamientos sobre el comportamiento humano marcan que no deberíamos entender la conducta sin la participación de estos y otros grandes de nuestra arquitectura cognitiva.
Los esquemas como guías de conducta
De modo que detrás de cada comportamiento hay un esquema. En otras palabras: detrás de los mensajes que le da mi cuñada a sus hijos del tipo “si sudas, te vas a poner malo”, “no corras, que te caes”, están sus esquemas de “el mundo es un lugar peligroso para vivir”, olvidando que, evolutivamente hablando, hemos nacido para vivir y no para morir; detrás de unas votaciones con animo de cambiar las cosas desde el punto de vista social y político, están los esquemas de éxito; detrás del miedo a suspender que tiene un adolescente porque cree que no va a alcanzar la nota suficiente, también lo están. Detrás de esos jóvenes que han perdido la ilusión por formarse y aprender están sus esquemas de control de “¿qué voy a conseguir con eso?”. Pero ¿quién se ha encargado de decirles que estudiar es para conseguir algo concreto, y no es para entender más este mundo, incluido a ti mismo? Detrás de ese amigo que tiene un hijo o dos “porque ya va tocando…” también lo están. Entonces, ¿qué efecto tienen esos esquemas?
Devastador desde el punto de vista de la intensidad con la que guían nuestro comportamiento. Sin embargo, ¿cuánto saben de esquemas mis alumnos de último curso de carrera? Los esquemas son como guiones, de hecho los guiones o scripts son un tipo de esquema. Cuando vamos a un restaurante y seguimos un determinado comportamiento no declarativo, dicho comportamiento lo guía un esquema de “cómo ir a un restaurante”. De modo que actúan como scripts que guían nuestra conducta y nuestras emociones sin apenas darnos cuenta de que están ahí. De hecho, parece incluso que detrás de las estrategias de regulación emocional inadecuadas que presentan las personas que sufren trastornos emocionales, están los esquemas acerca de sus propias emociones y acerca de sus propios procesos de pensamiento. Si me lo permitís, se trata de un pequeño programa instalado en nuestro hardware que monitoriza nuestro comportamiento y que, a su vez, es actualizado por este. Si esto es así, ¿cuánto debería estudiar los esquemas un político?, ¿cuánto debería aprenderlos un publicista?, ¿cuánto debería utilizarlos un padre?, ¿un medico o un líder?. Y más en concreto, ¿cómo deberíamos usarlos?
Pero más importante aún, ¿qué tipo de esquemas estamos desarrollando en nuestro ciclo vital? ¿qué tipo de esquemas estamos diseminando en nuestras sociedades? ¿qué tipo de esquemas estamos transmitiendo a los pequeños?
El impacto de nuestros esquemas en la sociedad
Tengo la sensación de que en los últimos años ha bajado la edad media de mis pacientes. Y esta sensación se confirma con los datos epidemiológicos (Haro et al., 2006). Cuando antes diagnosticábamos el primer episodio de depresión a los 40 años, ahora lo estamos diagnosticando a los 14. ¿Qué estamos haciendo mal? Les pregunto a mis alumnos, y ellos sí saben qué responderme: me dicen que “estamos desarrollando un entorno muy exigente en el que crece un niño con creencias desajustadas”.
No creo que el entorno sea más exigente. Creo que entornos previos lo han sido mucho más, pero nos hemos confundido en algo crucial, en el cómo, y los esquemas no están al margen de esto. En las sociedades industrializadas, en general, hemos situado la clave del éxito en conseguir aquellas cosas que no dependen realmente de nuestras capacidades o habilidades, y eso nos hace sufrir. Hemos situado la clave del éxito en acertar cuando abramos una puerta, en lugar de transmitir que la clave del éxito reside en el propio proceso de abrir puertas. Hemos premiado a los niños cuando sacaban buenas notas, en lugar de hacerlo cuando estudiaban. Si le decimos a alguien que trate de controlar el movimiento de la marea en una playa, o si le decimos que trate de apagar el fuego entero en un edificio que arde en llamas, lo más probable es que no pueda hacerlo, y si algo se sale de sus expectativas o esquemas de control, entonces este se lo atribuirá, lo cual hará que aumente su sensación de falta de control y se deprima progresivamente desde el punto de vista de la indefensión aprendida (Abramson, Seligman, & Teasdale, 1978).
Así que la sociedad no es más exigente, el problema es que exige algo que no debe ni puede exigir: el resultado. Y el resultado no depende solo de nosotros. Hace unos días, el padre de una paciente me decía, al hilo de todo esto –una paciente de 16 años que se deprime por no alcanzar su esquema de logro- que en cualquier trabajo “te van a pedir y exigir esos resultados”. Y ahora mismo probablemente muchos de vosotros estaréis pensando que este padre tiene razón.
De modo que los esquemas se transmiten y se diseminan, se propagan y se hacen fuertes, como las ramas de un bonsái que damos forma con alambres. Es fácil cortar una rama recién salida que aún esta verde, es fácil darle forma, es fácil configurar aquello que vemos que es adecuado, sin embargo es difícil quitarle al bonsái una buena rama que le permite vivir cuando ya ha cambiado de color. Si existe un comportamiento es porque es adecuado para un determinado contexto, de modo que modificar conductas en contextos inmóviles nos va a resultar un problema. Si persiste una cognición, una conducta, una estrategia de afrontamiento, es en parte porque nos es útil o nos ha resultado útil, porque nos ha servido para algo. A mi paciente le sirve, porque su entorno comparte sus esquemas.Mis pacientes están hartos de escucharme decir, que si nuestros esquemas no se ajustan a las condiciones del entorno, en lugar de querer cambiar dichas condiciones, deberíamos cambiar nuestros esquemas.
Los esquemas sobre nosotros mismos
Un cuerpo importante e interesante de teorías giran en torno a lo que se han conocido como teorías implícitas de la emoción y de la inteligencia. En particular, el punto de vista que tenemos o adoptamos sobre nosotros mismos, nuestras capacidades y hasta dónde podemos llegar con ellas (Dweck, 2007). La visión que adoptamos sobre nosotros mismos puede afectar a nuestros logros en nuestra vida. Pero, ¿cómo una simple creencia puede tener el poder de transformar nuestra psicología y, como resultado, nuestra vida?
Creyendo que tus cualidades están talladas en una piedra y son inmodificables, tales como tu forma de ser o tus emociones, tienes contadas las metas que buscar. De hecho, todos hemos visto personas a lo largo de nuestra vida que ponen a prueba este mindset. Para estas personas, cada situación es evaluada del tipo: “¿tendré éxito?”, “¿pareceré tonto?”, “¿seré aceptado?”, “¿ganaré o perderé?”. Incluso nuestra sociedad parece estar diseñada para ello, para evaluar nuestra inteligencia, nuestra personalidad y nuestro carácter. Mis alumnos no preguntan en clase por este motivo.
Existe otra forma de pensar en el que se parte de la hipótesis contraria. Desde este punto de vista, los errores no son entendidos como fracasos sino como oportunidades de aprendizaje y tus cualidades básicas pueden ser cultivadas con el esfuerzo y el aprendizaje. ¿Se trata de pensar que cualquiera puede hacer cualquier cosa, como algunos investigadores han interpretado? No, pero sí asumir que el potencial de cada uno es totalmente desconocido.
Sigo pensando en las palabras de ese amigo que tanto me ayudó a alcanzar mis objetivos, desmontando mis esquemas inadecuados, y me sigo cuestionando cómo podemos ayudar un poquito más a la gente cada día, en este maravilloso viaje llamado vida. Al menos, que podamos transmitir que detrás de cada problema a resolver encontraremos un esquema que desmontar.
El post es muy interesante y vaya por delante mi felicitación al autor. Como objeción, diré que resulta demasiado lineal la relación expresada entre “esquema” y “conducta”, y por momentos lo que se conceptualiza como una “guía de comportamiento” [el decir] parece confundirse con el hecho en sí [el hacer].
Desde el punto de vista empírico, lo que tenemos a menudo es una producción discursiva (“historias, pasajes, dibujos”). Si ese es nuestro material de análisis, parece un poco aventurado establecer conclusiones respecto a las conductas. Entiendo que los “esquemas” funcionan como un conjunto de sentidos que interpretan la realidad, apoyándose en normas y valores aceptados o que procede desear.
Así, las sociedades actuales han asumido que fumar es perjudicial para la salud, incluso hasta convertir el “fumar mata” en uno de los mensajes más repetidos. Pero, lo cierto es que para que la gente deje el tabaco, al menos en determinados lugares públicos, se ha tenido que legislar al respecto. Otro tanto ocurre con la velocidad al volante y la seguridad vial. Sobre la función expresiva de la ley, más allá de su poder disuasorio y sancionador, para influir en nuestras conductas, recomiendo seguir las investigaciones del Grupo de Sociología Analítica y Diseño Institucional (GSADI) de la Universitat Autònoma de Barcelona.
Vuelvo al post con un ejemplo donde el decir y el hacer parecen [con]fundirse: se señala que “hemos premiado a los niños cuando sacaban buenas notas, en lugar de hacerlo cuando estudiaba”. ¿Es esquema que guía conducta? Más bien parece un caso de marco interpretativo orientado a objetivos deseables. La realidad es que en las actuales sociedades de consumo los niños reciben regalos con independencia de su esfuerzo y sus notas escolares, y que las promesas de premios o castigos que fijan los padres se quedan casi siempre un teatral juego de incentivos y advertencias.
Saludos
@luisgencinas
Buenos días y muchas gracias @luisgencinas por tu comentario.
Estoy de acuerdo en que leyendo el post pudiera parecer una visión algo «simplista» entre el esquema y la conducta. Posiblemente tengas razón y existe una gran escalera entre ambos constructos. De hecho la Ciencia no sabe muy bien aún cómo es dicho entramado.
Pero sabemos algo. Desde el punto de vista empírico no solo tenemos historias, pasajes o cuentos para medir los esquemas, disponemos de mucha más información. Podemos incluso preguntarle a la gente qué piensa sobre algo y «zas» aparecen nuevos esquemas, pero tambien podemos usar test de asociación implícita, generar condiciones en el laboratorio para activar recuerdos, usar autoinformes, corregir el efecto de la deseabilidad en ellos, corregir el efecto del estilo represivo de respuestas, etc.
Por otro lado, el que la sociedad lance mensajes de «fumar mata» o nos muestre estudios sobre las consecuencias para nuestra salud, nunca indica que- de facto- ese tipo de mensajes estén modificando dichos esquemas. Por lo que, el que algo se tenga que legislar para modificar comportamientos, no indica que por dejar de hacer dicho comportamiento (i.e., tráfico, velocidad, fumar, beber…) hayamos cambiado ningún esquema en nadie. Las conductas pueden cambiar, pero ello nunca significa que el esquema se haya modificado. De hecho los datos apuntan a lo contrario. Si no hay cambio cognitivo, no hay cambio conductual estable en el tiempo -al margen de que yo deje de fumar o conducir rápido, porque sino me castigan-.
Siento que «parezca confundirse» el decir y el hacer en el post, contestando al último párrafo, hemos premiado a los niños en la escuela por sus resultados y no por su esfuerzo, de hecho la sociedad parece hacerlo de forma repetida, aumentando la intolerancia al fracaso, interpretando los errores como fracasos en lugar de como oportunidades de aprendizaje, olvidando que un misil tierra-aire que corrige su trayectoria gracias a una corrección de errores es más inteligente que uno que no lo hace, y por supuesto, al margen de que también les premiemos por más cosas, les castiguemos por más cosas, o incluso seamos en ocasiones tremendamente ambivalentes con ese sistema de contingencias.
Gracias por tus comentarios.
Un saludo!
Muy interesante Juan, «comportamiento gobernado por reglas» que definió Skinner y que retoma en toda su intensidad y complejidad la PAF
Un abrazo