¿Son los estereotipos siempre malos? Prejuicios y estereotipos

Si nos preguntaran nuestra opinión sobre los estereotipos y los prejuicios casi por principios todos diríamos que son negativos y mostraríamos rechazo. Estos términos no suelen tener muy buena prensa, pero ¿son realmente siempre negativos? ¿Cumplen los estereotipos y los prejuicios algún tipo de función adaptativa? ¿Qué mecanismos los crean y mantienen? Para poder responder a estas preguntas, el primer paso es definir a qué nos referimos con cada uno de estos términos y en qué se diferencian entre sí.

Los estereotipos son creencias sobre otros grupos. Estas creencias pueden ser ciertas, equivocadas o exageradas. Estereotipar no es más que generalizar. Este mecanismo, como veremos más adelante, es utilizado para simplificar el mundo y dirigir nuestra atención hacia información relevante (Cañadas, 2013).

Estereotipar no es más que generalizar.

Existen muchos tipos de estereotipos. Conocidos por todos son, por ejemplo, los estereotipos relativos a las nacionalidades. En Koomen y Bahler (1996) se indica que, según las encuestas de opinión, los europeos consideraban que los alemanes eran trabajadores, los italianos románticos, los ingleses fríos, los franceses hedonistas y los holandeses fiables.

En otro estudio, realizado por Pennebaker, Rimé y Sproul en 1996, muestran que en 20 países del Hemisferio norte, se consideraba que las personas del Sur de cada país eran más expresivas que las del Norte. Todos conocemos, y tenemos ejemplos, de estereotipos relacionados con las distintas zonas de nuestro país, a saber: “los vascos son muy cerrados”, “los andaluces son graciosos”, “los catalanes son agarrados” o “los gallegos responden a todo con otra pregunta”.

Del mismo modo que existen estereotipos sobre nacionalidades, encontramos multitud de estereotipos relativos a todo tipo de grupo social. Estos estereotipos no tienen por qué ser siempre negativos, y pueden ser más o menos veraces. El problema viene cuando se extienden demasiado o se toman como verdades absolutas. Es decir, continuando con el ejemplo sobre las nacionalidades, dar por supuesto que, sin excepción, todos los andaluces son graciosos y más expresivos que las personas del Norte es generalizar en exceso. Los estereotipos nos influyen y afectan incluso aunque no seamos conscientes de ello. En un estudio realizado por Boucher, Rydell y Murphy (2015) encontraron que los estereotipos referidos a la menor capacidad de las mujeres con relación a las matemáticas provocaba que estas sintieran más ansiedad a la hora de enfrentarse a ejercicios matemáticos. No sólo eso, las participantes y los observadores esperaban la aparición de esta ansiedad, pero no creían que afectara al desempeño de las mujeres participantes. Sin embargo, la realidad fue que el efecto negativo de dicho estereotipo conllevó un peor desempeño de éstas.

El efecto negativo de dicho estereotipo conllevó un peor desempeño

Los estereotipos no sólo nos influyen cuando somos parte del colectivo que lo sufre, sino que lo hace cuando, sin ser parte de dicho colectivo, interactuamos con él. Los estereotipos que sufren las personas con obesidad y los prejuicios derivados de ellos pueden afectar incluso al tipo de cuidados que reciben por parte de sus médicos y/u otros miembros del personal sanitario. Estos pueden, de manera no intencionada, explícita o implícitamente, hacer sentir a los pacientes poco respetados, o incluso poco bienvenidos, viéndose perjudicada la calidad de la visita médica, o incluso provocando que los pacientes con obesidad reduzcan sus visitas a la consulta. (Phelan, et. al, 2015).

Los prejuicios, por su parte, provienen de los estereotipos. Son la actitud que adoptamos en base a los estereotipos de que disponemos (Crandall, 2011). Pinillos (1982) indica que “prejuzgar consiste en establecer conclusiones antes de poseer un conocimiento cabal o fundado del asunto que se juzga, y en mantenerlas además obstinadamente frente a posibles pruebas en contra (…) consiste en un juicio precipitado y parcial, a la vez que pertinaz, comúnmente de signo desfavorable a lo juzgado” (pág. 15). En la literatura encontramos otras definiciones de este término, como la de Tajfel, “una predisposición favorable o desfavorable hacia cualquier miembro de la categoría en cuestión” (p.3, 1982) o “actitudes negativas hacia grupos sociales definidos” (Stephan, 1983, p.417). Casi todos los usos que se dan a dicho término se refieren a las tendencias negativas. Gordon Allport (1954, p. 91) se refiere a ellos como “una antipatía basada en una generalización incorrecta o inflexible”.

Los prejuicios nos sesgan contra (o a favor) las personas únicamente porque las identificamos con un grupo particular. Son una actitud y, como tal, comprenden sentimientos, predisposiciones y cogniciones o creencias. En definitiva, los estereotipos son las creencias que tenemos sobre un grupo, y los prejuicios son las actitudes, en la mayoría de los casos negativas, que adoptamos hacía ese grupo social en concreto debido a dichos estereotipos. Por ejemplo, un jurado puede declarar culpable más fácilmente a una persona si esta lleva tatuajes faciales (Funk, 2013).

Al ser preguntados por nuestros prejuicios, casi nadie afirma verse especialmente influenciado por los ellos. La realidad parece ser bastante distinta. Vanman, Paul, Kaplan y Miller (1990) llevaron a cabo un experimento en el que expusieron a participantes blancos a la visión de diapositivas de personas blancas y negras. Tenían que imaginarse relacionándose con estas personas y calificar la posible simpatía que sentirían por cada una de ellas. La mayoría de los sujetos dijeron simpatizar más con las personas negras. Sin embargo, su expresión facial indicaba lo contrario. Los instrumentos utilizados por los investigadores demostraron que, cuando aparecía la imagen de una persona negra, se activaban más los músculos del ceño y menos los de la sonrisa. Es  decir, incluso en los casos en que creemos no tener prejuicios, nos vemos afectados por ellos, aunque no seamos del todo conscientes.

Incluso en los casos en que creemos no tener prejuicios, nos vemos afectados por ellos, aunque no seamos del todo conscientes.

Existen diversas fuentes sociales que facilitan, e incluso, provocan el mantenimiento de estos estereotipos y prejuicios:
– Ayudan a justificar la desigualdad: facilitan la justificación de la superioridad económica y social de quienes tienen la riqueza y el poder. Las personas que ostentan esta superioridad lo justifican basándose en las supuestas cualidades y capacidades inferiores de los grupos menos favorecidos. (Guimond, Dambrun, Michinov y Duarte, 2003; Richeson y Ambady, 2003).
– Están relacionados con nuestros valores y actitudes: la manera de pensar hacia los que son diferentes, la tendencia a actitudes autoritarias, nuestras reacciones ante el miedo, los sentimientos de superioridad moral, etc. (Altemeyer, 1992; Doty, Peterson y Winter, 1991)
– Aceptación social: si los prejuicios están socialmente aceptados, en muchas ocasiones, se mantienen por inercia, ya que muchas personas optan por el camino de la menor resistencia y se adaptan al uso de la mayoría.
– Apoyo institucional: las instituciones sociales fomentan los prejuicios mediante la segregación. En muchas ocasiones el apoyo institucional a los prejuicios puede pasar inadvertido, pareciendo que reflejan, más bien, premisas culturales. A modo de ejemplo, cuando aparecen fotografías de personas en los medios, éstas se enfocan en los rostros cuando se trata de la imagen de un hombre y en el cuerpo cuando se trata de la imagen de una mujer. (Archer, Iritani, Kimes y Barrios, 1983; Szillis y Stahlberg, 2007). Los medios de comunicación también tienen gran influencia en este aspecto. El modo en el que utilizan la información de la que disponen es clave. Dar una noticia haciendo especial hincapié, por ejemplo, en la nacionalidad, raza, o salud mental de una persona cuando se trata de un extranjero o de alguien con algún tipo de patología y omitir información de este tipo cuando se trata de una persona nacional, o sin ningún tipo de trastorno puede facilitar la perpetuación de estereotipos y prejuicios relacionados con población inmigrante, salud mental, etc. (Jiwani, 2012).

En cualquier caso, debemos tener en cuenta que los prejuicios y los estereotipos no solo existen y se mantienen por la influencia de las fuentes sociales anteriormente mencionadas, sino que también se ven influenciados por las necesidades cognitivas. Pueden darse como resultado del modo en el que simplificamos nuestro entorno para hacerlo más sencillo.

Vivimos en un mundo complejo, en el que cada día recibimos grandes cantidades de información de muy diversas fuentes, y a partir de ésta debemos tomar decisiones. Las decisiones, normalmente, hay que tomarlas sin tiempo suficiente para ser capaces de analizar toda la información recibida y almacenada. Es por esto que necesitamos mecanismos para simplificar la realidad de nuestro ambiente. Una manera de hacer esto es la categorización, es decir, organizar el mundo clasificando objetos en grupos. Este mecanismo nos es útil también con las personas. Si clasificamos a las personas en grupos, podemos conseguir información relevante y útil sin que suponga demasiado esfuerzo. Sherman, Lee, Bessenoff y Frost (1998) indican que los estereotipos suponen una “proporción benéfica de información ganada por esfuerzo empeñado”.

Esto supone una ventaja, hasta cierto punto adaptativa y eficiente en ciertas ocasiones (Biernat, 1991
; Bondenhausen, 1990; Gilbert e Hixon, 1991; Kaplan, Wanshula, y Zanna, 1993):
– Cuando estamos cansados.
– Cuando no tenemos tiempo suficiente para analizar todas las opciones y/o información.
– Si nos sentimos preocupados.
– En el caso de ser demasiado jóvenes para ser capaces de apreciar la diversidad.

Si, como acabamos de ver, los estereotipos pueden ser eficientes y adaptativos, ¿en qué momento empiezan a ser perjudiciales? El problema lo encontramos cuando estos prejuicios y estereotipos nos sirven, no solo como método rápido de obtener información, sino cuando usamos esta información de manera perniciosa e injusta contra otras personas. En ocasiones este prejuicio puede afectar incluso en el rendimiento de grupos sometidos a presión social (Clark, 2015)

Ickes, Patterson, Rajecki y Tanford (1982) realizaron un experimento en el que dividían a los participantes, desconocidos entre sí, en parejas. Antes de presentarlos, en uno de los grupos, explicaban a uno de los miembros de la pareja que el otro era una persona muy poco cordial. En el otro grupo explicaban a uno de los miembros de la pareja justo lo contrario, que la persona a la que iban a conocer era realmente cordial y agradable. En ambos casos, las personas sobre las que se había advertido fueron cordiales con su compañero. En particular, los participantes sobre los que se había advertido negativamente, trataron de ser especialmente cordiales.  A pesar de esto, los participantes que esperaban una persona antipática indicaron sentir desconfianza y desagrado por su compañero, cosa que no ocurrió con los participantes que esperaban encontrar un compañero agradable. Su prejuicio negativo  les insto a ver la actitud de su compañero como hostil y falsa, indicando que habían detectado “sonrisas forzadas” y sentido que ocultaban cierta hostilidad bajo la apariencia de cordialidad. Dicho de otra forma, cuando alguien actúa como esperamos, lo aceptamos como lo normal, ya que confirma nuestro juicio previo; sin embargo, cuando una persona actúa de manera incongruente con nuestra idea previa, asumimos que hay algún motivo especial y que se debe a razones extraordinarias.

Es posible evitar la generalización excesiva de los estereotipos: el tener información y recuerdos reales, claros y fuertes sobre un sujeto puede contrarrestar el efecto del estereotipo sobre su grupo. Es decir, los estereotipos tienen menos impacto, en tanto en cuanto, tenemos más información directa sobre una persona. Las personas ignoramos con más facilidad los estereotipos sobre un grupo si tenemos información de primera mano.

En cuanto a los prejuicios, como nos indicaban las definiciones, se tratan de juicios negativos, rápidos, precipitados y basados en generalizaciones excesivas. Esto puede resultar adaptativo en ciertas ocasiones (falta de tiempo para un análisis profundo, cansancio, etc.), pero se convierten en problemáticos, y en muchas ocasiones discriminadores, cuando se mantienen incluso después de recopilar información que los confronten o rebatan, se enraízan, y como hemos dicho anteriormente, se convierten en información que creemos realista.

Que esto ocurra no es inevitable. El deseo evitar estas actitudes, bien por no querer que los demás piensen que somos prejuiciosos, bien por sentimiento de culpa, etc., puede ser motivación suficiente para modificar nuestros pensamientos y actos. Como resultado, incluso los prejuicios automáticos se pueden ver reducidos (Crandall y Eshelman, 2003

En resumen, los estereotipos por sí mismos, no tienen necesariamente que ser negativos. Incluso los prejuicios pueden ser adaptativos según el contexto, pero debemos ser conscientes de en qué modo nos afectan e influyen, y de hasta qué punto pueden ser discriminadores y perjudiciales para la sociedad y nuestras relaciones interpersonales. Hasta el momento, la psicología social ha sido más exitosa explicando los prejuicios y estereotipos que ofreciendo herramientas para reducirlos. En cualquier caso, sabemos que el disponer de experiencias e información real, clara y directa sobre un individuo perteneciente a un determinado grupo puede reducir los estereotipos que tengamos sobre dicho grupo (Kaufman, 2012). Además, el propio deseo de no dejarse llevar por los prejuicios puede reducir el efecto de los mismos. En definitiva, verse afectado por los prejuicios es un proceso completamente normal, que cumple un papel útil para el individuo. Pero el ser conscientes de las limitaciones que estereotipos y prejuicios tienen, y la necesidad de hacernos con información directa y objetiva, nos permitirá no caer en conductas discriminatorias que perjudiquen a la sociedad.

 

6 thoughts on “¿Son los estereotipos siempre malos? Prejuicios y estereotipos

  1. Muy interesante el artículo.

    Sólo una reflexión. Comparto que el prejuicio es un sistema de información muy eficiente, la complejidad de la realidad es inasumible para el ser humano, e intuitivamente asociamos caracteríticas por semejanza entre objetos percibidos… El problema es que esa complejidad de la realidad siempre obligará a completarla en base a prejuicios (basados en experiencia vital, conocimiento científico, valores personales…) que no podremos comprobar completamente en este objeto (la cadena de comprobación sería infinita).

    Es decir, la diferencia entre un juicio y un prejuicio resulta ser una diferencia intersubjetiva con respecto a la magnitud del esfuerzo considerado como «correcto» dedicado a evaluar características de un objeto de percepción. A esto se añade un nuevo problema, que es la discapacidad humana a la hora de cuantificar probabilidades y riesgos en contextos de incertidumbre, la automanipulación de estos riesgos y la negación a actuar respecto a ellos (sesgos y disonancias cognitivas).

    Al margen de la utilidad y eficiencia de estos en los estudios, en los que siendo marginalista habría muchos problemas de cuantificar el esfuerzo (costes subjetivos) de autocensurarse el prejuicio, concuerdo con la autora que quizás el tema principal sea de tipo normativo: la percepción indivicual de justicia a la hora de tratar a otro ser humano. Pero esta daría para mucho…

    • Muchas gracias por tu comentario, Borja.
      Es muy interesante esto que aportas y, como dices, daría para reflexionar e investigar largamente sobre el tema.
      Un saludo.

  2. Me pareciò fantástico el artículo ya que precosente yo tambièn soy psicóloga general con enfoque social y clínico! Y esto yo lo he pensado de la misma manera mucho tiempo! Estoy totalmente deacuerdo contigo Iría! Gracias ppt reafirmar ideas que yo he tenido por mucho tiempo! Gracias por la aportación!

Responder a Leonor Elena Lopez Magallón. Cancelar respuesta

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