Ciertos fenómenos de gran actualidad como el terrorismo yihadista, el actual conflicto en Ucrania, o la persistencia del racismo y el sexismo en nuestra sociedad suelen resultar profundamente desconcertantes. En una realidad caracterizada por una inmensa complejidad social y cultural y, si realmente queremos alcanzar a comprender ciertos fenómenos y comportamientos, debemos ir superando las ideas simplistas, dejar atrás las explicaciones parciales y reduccionistas, y realizar análisis psicosociales que puedan revelar claves útiles para el cambio.
Como punto de partida debemos ser conscientes de que todos los individuos pertenecemos a múltiples grupos sociales, por lo que muchas de nuestras relaciones con los demás no se producen a nivel interpersonal (tú/yo) sino a nivel intergrupal (nosotros/ellos). Entre otras funciones, el grupo nos ayuda a definirnos, a saber quiénes somos, a alcanzar nuestra ansiada identidad (Tajfel y Turner, 1986), y las personas –como bien sabemos– están dispuestas a mucho para proteger su identidad y a su grupo de pertenencia. Así, las evaluaciones que realizamos de los otros (basándonos en su pertenencia a determinados grupos sociales o culturales) y que los otros realizan a su vez sobre nosotros, desempeñan un papel fundamental a la hora de establecer y comprender las futuras relaciones (conflictivas o armónicas) que finalmente se mantendrán entre diferentes grupos.
Generación de evaluaciones
La generación de evaluaciones sobre objetos se realiza mediante un proceso iterativo (que se va repitiendo) que integra los distintos tipos de información disponibles en cada momento (Cunningham, Zelazo, Packer y Van Bavel, 2007). Por un lado, se integra la información de las representaciones almacenadas en la memoria sobre la valencia del objeto (p. ej., cuando pensamos en un caramelo se genera rápidamente una sensación/evaluación positiva asociada a las características compartidas por todos los caramelos: pequeño, dulce, comestible, etc.); y por otro, la información sobre el contexto, las metas del perceptor y la información adicional disponible sobre el objeto evaluado (p.ej., puede que el objeto presente características que no coincidan exactamente con las representaciones, como por ejemplo, un tomate amarillo).
El resultado evaluativo integra información procedente de procesos tanto de orden inferior (pueden implicar estructuras límbicas y subcorticales) como de orden superior (pueden implicar al córtex órbitofrontal, córtex del cíngulo anterior y distintas regiones del córtex prefrontal; Cunningham et al., 2007). De esta forma, los procesos de orden inferior aportarían información relacionada con evaluaciones automáticas y globales sobre las características más salientes en la memoria del objeto actitudinal. Por su parte, los procesos de orden superior aportarían evaluaciones más específicas (con distintos matices) que integrarían la información procedente de los procesos de orden inferior (sin suplantarla) con la información adicional del objeto actitudinal y la procedente del contexto y de las metas motivacionales.
En el caso de que el objeto sea una persona existen ciertos matices que determinarán cómo se llevarán a cabo las evaluaciones y qué información se tendrá en cuenta para realizarlas. Quinn, Mason y Macrae (2009) destacan que uno de los factores más determinantes va a ser si se dispone de información sobre la identidad individual de la persona evaluada, es decir, si se la conoce o se ha interactuado con ella previamente. Cuando se disponga de este tipo de información las evaluaciones reflejarán la influencia de las experiencias de interacción previa con la persona. Sin embargo, si no se dispone de información sobre la identidad individual de la persona evaluada, las evaluaciones se verán influidas por el resultado de los procesos de categorización social, es decir, de las representaciones mentales que tenemos sobre el grupo social al que pertenece o en el que incluimos a esa persona. De esta forma, aunque no se conozca cómo puede comportarse una persona a nivel individual, se puede disponer de información funcional para predecir qué se puede esperar de ella.
El proceso de categorización se basa en agrupar la información que recibimos sobre ciertos objetos o personas en base a sus semejanzas, lo que facilita el procesamiento de la información permitiendo al individuo tomar como equivalentes dos o más objetos no idénticos (Rosch, Mervis, Gray, Johnson, & Boyes-Braem, 1976). En el caso de la categorización social estos procesos contribuyen a clasificar a las personas en función de su pertenencia grupal. Asimismo, la autocategorización (categorizarse a sí mismo como miembro de un grupo) sirve como base para emitir juicios y comportamientos compartidos a nivel grupal entre personas que se autocategorizan dentro de un mismo grupo. La influencia de la autocategorización en las evaluaciones es tan fuerte que esta va a ser capaz de influir en las evaluaciones más automáticas (Van Bavel & Cunningham, 2009a).
Las evaluaciones más automáticas y globales hacia las personas no familiares proceden de las fuertes connotaciones evaluativas que tiene pertenecer a determinadas categorías sociales (Van Bavel y Cunningham, 2009b). Estas evaluaciones apenas se verán influenciadas por el contexto, por las metas o por información adicional de la persona objeto de evaluación. Se trata pues de evaluaciones globalmente positivas o globalmente negativas.
Sin embargo, las evaluaciones más matizadas y específicas, que son influidas por las contingencias situacionales y por las metas de las personas que emiten la evaluación, pueden ser más diagnósticas y predictivas de comportamientos intergrupales específicos o concretos. Para la generación de este tipo de evaluaciones el contenido de los estereotipos será determinante (Fiske, Cuddy, Glick, & Xu, 2002). El contenido de los estereotipos refleja qué tipo de comportamientos o resultados se esperan de la interacción con la persona o grupo evaluado y va a contribuir a la generación de evaluaciones más matizadas. Aunque sin olvidar que dichas evaluaciones estarán bajo la influencia de las evaluaciones más automáticas y globales.
El contenido de los estereotipos intergrupales
Concretamente, las dimensiones de moralidad, sociabilidad y competencia podrían considerarse como dimensiones universales para la percepción social (Brambilla & Leach 2014). En otras palabras, la percepción que tenemos de los distintos grupos sociales va a depender en gran medida de cómo evaluamos a dichos grupos en estas dimensiones.
- La moralidad se refiere a las metas morales del objeto social y a los perjuicios o beneficios que puedan ocasionar esas metas en términos de daño o bienestar para el propio grupo. Nuestras acciones implican una dimensión moral en relación a la maldad o la bondad y las consecuencias que tienen o que podrían tener nuestros actos sobre nuestro entorno.
- La sociabilidad está definida por las metas de cooperación, reciprocidad y/o creación de relaciones con otros.
- La competencia está relacionada con la eficiencia de la persona evaluada para conseguir las metas que se proponga.
La información relacionada con la moralidad se percibe como más fiable y objetiva (Goodwin & Darley, 2012). Concretamente, en España se ha confirmado el importante papel diagnóstico de la dimensión de moralidad en la percepción de diferentes grupos inmigrantes, encontrando que marroquíes, rumanos y ecuatorianos eran valorados de forma significativamente diferente especialmente en esta dimensión (López-Rodríguez, Cuadrado, & Navas, 2013a). Invitamos a nuestros lectores a que piensen en el estereotipo de gitano, científico, ama de casa o político y evalúan cada grupo según estas dimensiones. En principio, les tendría que resultar una tarea fácil.
En definitiva, la información reflejada en el contenido de los estereotipos contribuirá a la generación de evaluaciones más matizadas asociadas a reacciones emocionales más específicas y compartidas endogrupalemente (por el grupo al que pertenecemos o con el que nos sentimos identificados) como por ejemplo admiración, desprecio, envidia, o pena (entre otras), y que a su vez, predecirán comportamientos intergrupales más específicos (Cuddy, Fiske, & Glick, 2008).
Evaluaciones intergrupales, estereotipos y su relación con los procesos de aculturación
Los estereotipos sobre diferentes grupos sociales influyen en nuestros juicios y comportamientos hacia las personas que pertenecen a tales grupos, a veces sin la intención ni la conciencia de quien emite dichos juicios –por eso resultan tan peligrosos–, enturbiando nuestras relaciones con los demás (Bargh, 1999).
Una clara consecuencia de los estereotipos es su poder para generar expectativas sobre cómo será la relación con los miembros de los grupos estereotipados. Así, los estereotipos negativos sobre otros grupos pueden generar sentimientos de amenaza hacia el propio grupo, lo que acabará influyendo en las evaluaciones intergupales (Stephan et al., 2002).
Los entornos multiculturales, donde grupos con diferentes características, creencias y culturas conviven, pueden ser un caldo de cultivo perfecto para estas percepciones de amenaza, que tendrán sin duda gran influencia –en ocasiones devastadora– sobre las relaciones intergrupales. Cabe entonces preguntarse qué papel pueden desempeñar las evaluaciones intergrupales y concretamente los estereotipos (a través de su influencia en evaluaciones más específicas) en el proceso de aculturación en el que se ven involucrados tanto el grupo mayoritario como diferentes grupos minoritarios (por ejemplo, diferentes grupos inmigrantes) que conviven en un mismo entorno.
La coexistencia de diferentes grupos con distintos patrones culturales desencadena una serie de cambios, demandas y desafíos que los grupos implicados deben afrontar y sobre los cuales estos deben tomar constantes decisiones. La aculturación se refiere al proceso relacionado con los fenómenos que resultan de un contacto continuado entre grupos de diferentes culturas, y que supone cambios en las culturas de los grupos implicados (Redfield, Linton, & Herskovits, 1936). Por ejemplo, en ciertas zonas de EE.UU. donde la inmigración mexicana es muy elevada, se ha dado un proceso de aculturación entre ambos grupos (mexicanos y estadounidenses) que ha permitido que las segundas y terceras generaciones de inmigrantes se hayan integrado con sus particularidades en dichas ciudades, provocando estos cambios también el grupo social dominante hasta entonces. Aunque este proceso implique necesariamente a ambos grupos (mayoritario y minoritario), el grupo mayoritario (dominante o autóctono) suele tener más poder a la hora de tomar decisiones, e incluso puede influir en las decisiones del grupo minoritario (Bourhis et al., 1997). Nos preguntamos entonces de qué forma las evaluaciones, y especialmente los estereotipos, que el grupo mayoritario mantiene sobre los grupos minoritarios pueden relacionarse con cómo percibimos que se comportan los inmigrantes en España y con cómo nos gustaría que se comportasen con respecto a su cultura de origen y a la cultura española.
Desde la perspectiva del grupo mayoritario, las percepciones de aculturación se refieren a la forma en la que el grupo mayoritario percibe que el grupo minoritario se comporta –o desearía comportarse– en el país de acogida. Por ejemplo, cómo creemos los españoles que se comportan (o querrían comportarse) los inmigrantes cuando están en España. Las preferencias de aculturación, por su parte, se refieren a la forma en la que se prefiere que se comporte el grupo minoritario en la sociedad de acogida, es decir, por poner un ejemplo, cómo querríamos los españoles que se comportaran los inmigrantes que llegan a nuestro país. Estamos diferenciando entre el ‘creo que hacen’ y el ‘creo que deberían hacer’.
Existen estudios realizados en distintos países europeos que relacionan el prejuicio del grupo mayoritario (los nativos de dichos país) con sus preferencias de aculturación (e.g., Kosic, Mannetti, & Sam, 2005; Navas y Rojas, 2010; Zick, Wagner, van Dick, & Petzel, 2001). De forma general, estos estudios resaltan que cuánto más positiva es la evaluación que se hace en estos países europeos sobre la inmigración más flexibles serán sus preferencias de aculturación, aceptando, por ejemplo, un mayor mantenimiento de la cultura de origen de las personas inmigrantes.
Un estudio reciente desarrollado en España (López-Rodríguez, Zagefka, Navas, & Cuadrado, 2014) presenta un modelo secuencial (i.e., con una sucesión ordenada) de algunas de las variables comentadas anteriormente. El modelo muestra que las percepciones del grupo mayoritario sobre el proceso de aculturación del grupo minoritario pueden afectar a los estereotipos que sobre ellos se tiene. A su vez, los estereotipos sobre dichos grupos influyen en las preferencias de aculturación a través de la amenaza que éstos generan. En concreto, la percepción por parte del grupo mayoritario de que los marroquíes están adoptando la cultura española parece mejorar los estereotipos hacia este grupo inmigrante (a más más adopción de la cultura de acogida, mejores estereotipos). A su vez, estos estereotipos se relacionan negativamente con la percepción de amenaza (a estereotipos más positivos, menos sensación de amenaza). Finalmente la percepción de amenaza se relaciona negativamente con la preferencia de que los inmigrantes mantengan su cultura de origen, y positivamente con la preferencia de que adopten la cultura española (a más percepción de amenaza, menos preferencia de mantenimiento y más preferencia de adopción).
Sin embargo, dado que el contenido de los estereotipos es importante, un nuevo estudio utilizando un diseño experimental realizado en Gran Bretaña (López-Rodríguez y Zagefka, 2015) confirmó que únicamente los estereotipos sobre moralidad (y no sobre sociabilidad o competencia) eran capaces de predecir la preferencia por parte del grupo mayoritario de que el grupo minoritario mantuviese su cultura de origen. Concretamente, cuanto más morales se percibía a los indios, mayor era la preferencia de los británicos de que éstos mantuviesen sus costumbres de origen. Además, se encontró que únicamente la percepción de moralidad incrementaba indirectamente la tendencia a llevar a cabo conductas prosociales hacia este grupo a través de la preferencia de mantenimiento.
Estos hallazgos pueden hacernos reflexionar sobre la importancia de los rasgos de moralidad en las relaciones intergrupales (para una revisión consultar Brambilla y Leach, 2014; Leach, Bilali y Pagliaro, 2015). La moralidad, de hecho, es una de las variables más importantes a la hora de predecir diferentes dimensiones de percepción de amenaza, especialmente la percepción de amenaza a la seguridad que provocan los inmigrantes marroquíes, rumanos y ecuatorianos en España (López-Rodríguez, Cuadrado y Navas, 2013b).
Como hemos visto, las preferencias de aculturación que tiene el grupo mayoritario pueden estar vinculadas a sus tendencias comportamentales prosociales hacia los inmigrantes. Además, las preferencias de aculturación podrían estar relacionadas con la aceptación y la promoción de determinadas políticas de integración, y contribuir así a configurar un determinado modelo de sociedad: un modelo multicultural, como ocurre en Gran Bretaña, o un modelo asimilacionista, como el existente en Francia. En último término, estas políticas de integración tienen consecuencias sobre los colectivos que conviven en una misma sociedad, contribuyendo a regular sus tensiones. La idea que prevalece es que las evaluaciones intergrupales pueden estar en la base, y contribuir a la realidad social y cultural en la que vivimos.
En líneas generales, las intervenciones sociales dirigidas a mejorar las relaciones intergrupales deberían tener en consideración las evaluaciones intergrupales y percepciones sociales, especialmente las referidas a las características morales del exogrupo (grupo social del que no formamos parte o con el que no nos identificamos, «los otros»). Sabemos que cuando la persona es consciente de que va a realizar una evaluación moral las evaluaciones son más rápidas, más extremas y se asocian más con normas universales (Van Bavel, Packer, Haas y Cunningham, 2012). Por ello, deconstruir imágenes homogéneas y simplistas sobre los otros, sustituyéndolas por imágenes más realistas, así como discernir y comprender los patrones morales del exogrupo, puede contribuir a una mejora de las relaciones interculturales y una convivencia más enriquecedora.
Estimados Lucía y Pablo
Gracias por el artículo, me ha gustado. Se advierte el giro sensato de los editores de Rasgo Latente para la nueva temporada hacia la psicología social e inexorablemente hacia la sociología : )
Quería preguntar si se disponen de estudios referentes a la comunidad china en España, que es ya una de las más importantes.
Da la impresión de que los españoles percibimos a ese grupo en términos de competencia, aunque no sé en qué lugar quedarían en este caso las otras dos dimensiones que habéis señalado.
Saludos
@luisgencinas
Artículo muy oportuno . Invita a la reflexión acerca del poder de los medios de comunicación. ¿Es posible estar al día y no ser un borrego?