Durante la II Guerra Mundial, los aviones alemanes bombardearon insistentemente el centro de Londres, devastándolo y provocando más de 43.000 muertes. A pesar de que un bombardeo, y más en aquellas condiciones, siempre tiene un componente de azar y no se puede predecir exactamente dónde va a caer el proyectil, los habitantes de la ciudad estaban convencidos de que había zonas especialmente peligrosas (que por tanto convenía evitar) y otras más seguras. También crecía la sospecha de que había espías ocultos entre la población que informaban a los atacantes para que tuvieran más precisión en sus disparos. Ya acabada la guerra, hubo quien examinó el patrón de los bombardeos elaborando un mapa como el siguiente (elaborado por James Lawther, 2013, y similar al discutido por Gilovich, 1991):
(Crédito de la imagen: James Lawther en squawkpoint.com Licencia CC-BY-SA-3.0)
Cada punto representa una bomba sobre el centro de la ciudad. Si el bombardeo hubiera sido aleatorio, observaríamos un patrón homogéneo en toda la superficie. Sin embargo, al dividir la ciudad en cuadrantes rápidamente caemos en la cuenta de que hay zonas aparentemente más castigadas que otras: en el cuadrante superior derecho apenas cayeron cuatro bombas, mientras que el cuadrante inferior derecho, alrededor del Támesis, quedó totalmente agujereado. ¿Estaban los alemanes apuntando hacia el Támesis? Eso parece. ¡Que todos los civiles huyan lejos del río!
En realidad, los investigadores que han estudiado los mapas de los bombardeos alemanes no han encontrado evidencia de que los proyectiles no cayeran repartidos al azar sobre el centro de la ciudad, y eso que han empleado las herramientas matemáticas apropiadas (como relatan Griffiths y Tenenbaum, 2007). La conclusión de esta pequeña historia es que las personas tenemos una máquina cognitiva perfectamente ajustada para detectar patrones con significado allí donde miramos, tanto que a menudo los detectamos incluso cuando no existen, como en el ejemplo.
Para entender qué está pasando en situaciones como esta, vamos a imaginar a nuestro sistema cognitivo como un detector de patrones al que suministramos información (en este caso visual) y que devuelve un informe con las conclusiones: «positivo» si el patrón tiene sentido, o «negativo» si el patrón no significa nada. El detector precisará de cierta cantidad de evidencia antes de llegar a una conclusión clara. Seguramente no producirá un informe positivo si sólo le hemos mostrado un par de puntos en el mapa. Esto quiere decir que existe una especie de umbral de información que debe superarse para que la conclusión sea positiva. Un detector útil será aquel que tenga un umbral bien calibrado: producirá informes positivos sólo si la evidencia acumulada apunta claramente en esa dirección, pero tampoco será demasiado conservador como para dejar pasar un patrón claramente con significado sin emitir su correspondiente informe positivo.
A la luz de lo fácil que ha sido engañarnos al ver el primer mapa de los bombardeos, parece que nuestro umbral para detectar patrones con sentido es demasiado liberal, de forma que produce muchas falsas alarmas, o informes positivos ante patrones que son puro ruido. Ahora bien, ¿no descendería todavía más el umbral si estuviéramos bajo el propio bombardeo y nuestra vida pareciera depender de nuestra capacidad de adivinar dónde va a caer la próxima bomba? Es ciertamente una situación en la que una falsa alarma del detector compensa. Si de verdad el bombardeo estaba siguiendo un patrón predecible, podríamos salvarnos huyendo de la zona más castigada. Si por el contrario el detector ha producido una falsa alarma y las explosiones no siguen ningún orden, tampoco podríamos hacer nada al respecto y tan útil sería moverse como quedarse quietos. Autores como McKay y Dennett (2009) llaman «el error menos costoso» a esta falsa alarma que resulta ser la opción más segura en algunas situaciones de incertidumbre.
Eso desde el punto de vista de la supervivencia, pero hay otra consecuencia positiva de tener un detector de patrones liberal y con tendencia a disparar los informes positivos ante cualquier pista (real o no), y tiene que ver con el estado de ánimo. Pongámonos de nuevo en la piel de unos habitantes de la ciudad bajo el bombardeo. Una persona cuyo detector tuviera un criterio conservador permanecería quieta, recopilando y procesando los datos sin emitir un juicio, o bien se desesperaría ante la idea de que no hay salvación ni lugares seguros en toda la ciudad. Por el contrario, la persona con un umbral muy bajo y por tanto un detector de criterio liberal se las arreglaría para, dentro de la situación de pánico, conservar la motivación para actuar y seguir sobreviviendo, a pesar de estar errado. «¡Las explosiones son predecibles! ¡Si me muevo de sitio, estaré más seguro!»
Son varias las líneas de investigación que nos aportan información en este sentido. Por ejemplo, inspirándose en un planteamiento cercano al aquí resumido, los investigadores Whitson y Galinsky (2008) realizaron numerosos experimentos en los que pretendían demostrar cómo la sensación de falta de control «rebajaba el umbral del detector» (por seguir con nuestra metáfora), produciendo percepción ilusoria de patrones ante la presentación de estímulos que no tenían sentido. En varios experimentos, a la mitad de los participantes se les pidió que recordaran una situación de su vida donde se sintieron sin control o indefensos. A continuación se les mostraron varios patrones de puntos, en los cuales debían identificar alguna imagen, si la había. Sin que los participantes lo supieran, en muchos de los patrones no había ninguna pauta sistemática y por tanto ninguna imagen que reconocer. Para nosotros, que estamos leyendo este post, no es extraño que una proporción apreciable de los participantes «descubriera» objetos ocultos en los patrones de puntos. Lo interesante es que esa proporción se disparaba cuando el participante había pasado por esa fase previa en la que rememoraba momentos de falta de control. De algún modo, el sentirse indefenso o a merced de factores incontrolables produce la ya conocida «falsa alarma» en la detección de patrones con significado para compensar la desagradable sensación de falta de control, incluso en un experimento de laboratorio.
En definitiva: la necesidad de control y de predicción sobre las cosas que nos ocurren condiciona el criterio de nuestro detector, y esto, aunque parezca un hándicap y nos lleve a errores fatales en muchas situaciones, también es valioso para nuestra supervivencia y bienestar emocional en muchas otras. Es más: existe evidencia de que las personas que no desarrollan la creencia de control sobre situaciones que son realmente incontrolables también tienen peor estado de ánimo (es lo que se ha bautizado como «realismo depresivo», Alloy y Abramson, 1979), y algunos autores sugieren que el mal estado de ánimo es consecuencia de la menor tendencia a percibir control.
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4 thoughts on “Sensación de control: Necesidad y autoengaño. Una historia de la II Guerra Mundial”